miércoles, 17 de agosto de 2011

La increíble y triste historia de la cándida Palabra y los Hablantes desalmados.

Un día las cosas que te pertenecían y tu persona se volvieron lo mismo, gracias a un acento. Lo mismo le pasó al de al lado, que se fundió en si mismo y su propiedad y entre cosas ajenas a él. Ya nadie cogía porque era grosería y las ideas se confundían por culpa de un diminuto punto que mucha gente consideró que no era necesario poner. O se olvidó poner. O ignoró poner. Los defensores de Palabra murieron poco a poco, debilitados por la velocidad de la información.

Ante todas estas extrañas situaciones, la Real Academia, cansada de decirle a todos lo que estaba bien y lo que estaba mal, empezó a aceptar los cambios que Hablantes habían decidido imponer. Así un día uno ya no estaría solo, ni sólo querría compañía.

Hablantes habían construido una máquina mágica que les permitía escribir sus ideas, pero estas salían tan precipitadamente que se estampaban en una gran red sin siquiera ser revisadas, purificadas o estilizadas. Palabra se convirtió en una basura, arrastrándose de aquí para allá sin encontrar quién pudiera entenderla, conocerla. Le salieron unas células cancerígenas que transformaron su organismo y aumentaron sus proporciones en pequeños tumores, que después se convirtieron en grandes tumores imposibles de extirpar. Así Palabra dejó de parecerse a si misma. Se perdió para encontrarse en aquella interminable corriente de cosas dichas sin importar cómo. O como. O como sea que se escriba ahora.

Lo peor de todo fue que Palabra siguió influyendo tanto en las decisiones de Hablantes que la Señora Sociedad cada día estaba peor.